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La desinformación - Un problema de seguridad en nuestros tiempos

Vivimos en una sociedad hiperconectada. Las grandes cantidades de información de la que disponemos y a la cual estamos expuestos, juega un papel muy importante en la comunicación en nuestros días, pero también significa una amenaza importante para la ciencia, la tecnología y la sociedad misma.

Para el año 236 antes de cristo, el Filósofo y matemático Eratóstenes observó la diferencia entre las sombras producidas por el sol en dos lugares suficientemente alejados: Siena y Alejandría. Ideó entonces la forma de calcular el diámetro de la tierra con sólo dos datos: el ángulo de incidencia del sol en Alejandría en el Solsticio de verano y la distancia entre ellas. De esta manera, con una sencilla regla de tres pudo calcular la longitud de la circunferencia de la Tierra.

El conocimiento de que la tierra era redonda no podía comprobarse de otra manera, sin embargo unos 1700 años Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano circunnavegaron el planeta en una expedición que duro unos 3 años, demostrando empíricamente que la tierra no era plana, sino efectivamente redonda como lo había demostrado Eratóstenes.

Gracias a la carrera espacial en la que se embarcaron varias naciona a partir del siglo XX tenemos fotografías que desde los ángulos demuestran que nuestro planeta es una esfera flotando en la inmensidad de la vía láctea. Hoy en pleno siglo XXI no hay una verdad que sea mas fácil de demostrar, y sin embargo, grupos extremistas, políticos y religiosos, utilizando los medios tecnológicos e informativos que nos colocaron en la cúspide de la era espacial, lograron crear un movimiento llamado el “Terraplanismo” que intenta demostrar, con datos falsos pero apoyados en las TIC, que la tierra realmente es PLANA. (?).

El fenómeno de las Fake News

El New York Times define fake news como “una historia de apariencia periodística inventada y difundida con el fin de engañar”. Estos engaños están diseñados para encajar perfectamente en el imaginario de cierta población en especifico, apelando a ciertos dogmas, desconocimientos o prejuicios que encajan perfectamente en la mente del receptor, y las acepta como verdades. Sin mayor información, los individuos de esta población replican esta “noticia” a otros sujetos afines al mismo perfil sociodemográfico, repitiendose el ciclo, pero esta vez con mayor intensidad, pues la fuente de la información es alguien de confianza.

Hoy consideramos que las “Fake news” son una consecuencia directa de internet y han sido parte de las estrategias de gobiernos, empresas y fuerzas armadas u otras organizaciones para ganar elecciones, aumentar rendimientos financieros o manipular el orden social y económico.

Durante la pandemia del COVID-19 hemos presenciado día a día este fenómeno de la desinformación, luchando contra las noticias falsas o las verdades a medias que encontramos en todas las fuentes, redes sociales, plataformas de video, whatsApp y similares… entre los años 2020 y 2021 hemos dado cuenta de lo que hoy llamamos “Infodemia” una combinación de palabras “pandemia” e “información” que describe perfectamente el panorama al que estamos expuestos en la red de redes cada día, por la cantidad de información, pero al mismo tiempo, por la abrumadora exposición a noticias falsas y “bulos” que desorientan y tergiversan la realidad.

Esto puso en evidencia un problema de salud publica, ya que muchas personas comenzaron a evitar la vacunación o poner en tela de juicio muchas de las medidas tomadas para enfrentar el flagelo de la pandemia.

Los investigadores han concluido que la desinformación trasciende ya a los medios de comunicación y se ha instalado principalmente en los ámbitos en los que se dirimen las disputas políticas, como las redes sociales y las aplicaciones de mensajería, en las que no existen “filtros” informativos.

Entre las recomendaciones para minimizar los efectos, los expertos abogan por utilizar el término “desinformación” y desterrar el de “fake news”; no sólo porque exista una traducción perfecta en español, sino porque esa expresión sitúa el problema casi de forma exclusiva en el ámbito de los medios periodísticos y no siempre es así.

Sugieren además tener en cuenta la importancia de promover una “cultura de transparencia” desde las instituciones públicas y privadas para que cualquier ciudadano pueda acceder a la información sobre las actividades públicas; o de activar sistemas de alerta temprana y de respuesta rápida ante la desinformación para atajar con rapidez un bulo.

Otra forma de atacar la desinformación es impulsar la “alfabetización mediática” para que los ciudadanos aprendan y entiendan la importancia de obtener información de calidad y de fuentes solventes, para que sean capaces de identificar los contenidos potencialmente falsos y para que valoren “la verdad”.

El próximo reto de la actualización y la tecnología

Desde principios de este siglo el destacado académico Ignacio Ramonet afirmó que: “Cuando hayamos alcanzado el óptimo de información habremos llegado al máximo de desinformación, por saturación”. Una visión futurista muy adelantada para su época, que se anticipó a muchas voces actuales, especialmente de organizaciones civiles y diversos expertos en desinformación, que han manifestado su preocupación, pues ellos consideran que la mayor parte de los esfuerzos que hacen los organismo reguladores, gobiernos y empresas de tecnología, se han concentrado en evaluar “la facilidad con la que la tecnología puede hacer que las cosas falsas parezcan reales”,  pero han ignorado el segundo problema: “Aunque los límites para crear deepfakes están desapareciendo rápidamente, poner en duda la veracidad de algo no requiere ninguna tecnología en absoluto”

Diferenciar entre realidad y ficción siempre ha sido algo complejo para los ciudadanos sin mayores competencias educativas, pero sin duda el desafío de los próximos años evidenciarán una confusión sin precedentes, que irá más allá de la ambigüedad tradicional y que afectará no solamente al usuario de Internet del común, sino también a personas con formación profesional, incluso permitirá complejizar ejercicios como el del periodismo que deberán incorporar competencias propias de la informática para garantizar la objetividad, por lo que el desafío que deberán enfrentar los gobiernos y las compañías de telecomunicaciones, será monumental.